Te encantaba mirarme mientras dormía, y hasta te sabías de memoria mis piernas y cada uno de los besos que dejaste sobre mi espalda. Nunca dejabas que me fuera sin antes agarrarme de la cintura y cogerme haciéndome volar, y todas las mañanas me esperabas en el mismo banco de la estación con un café y mi libro favorito. Nunca lo leíste, pero te sabías de memoria todas mis frases favoritas porque te encantaba escucharme recitarte uno a uno todos los poemas.
Éramos dos, pero nos sentíamos como una sola persona.