miércoles, 15 de mayo de 2013


Es que tengo tantos miedos que ya no me acuerdo de lo que sentí la última vez que te fuiste. Ni de lo que sentí cuando te vi por primera vez, o cuando conseguí que las putas mariposas dejaran de volar.
Tampoco me acuerdo de lo que sentí cuando me definiste como una pequeña posibilidad entre miles y la peor opción, pero lo arreglaste diciendo que aun así me querías.
Y no sé, me olvido de todo lo que he sentido, menos del dolor. Y no soy capaz de olvidarte a  ti, a tus manías y el daño que me hiciste.

Te encantaba verme fingir
que era feliz
porque no sabías que fingía.

Últimamente me da miedo volar sola por si me enamoro de algún pájaro que no volveré a ver nunca. Lo mismo me pasa con los trenes y las estaciones, y toda la nostalgia que hay en ellos. Porque la nostalgia nunca nos apuñaló por la espalda, pero no sé por qué, ambos la odiamos. Quizá porque nos conocimos con un cruce de miradas furtivas en medio de una estación llena de gente y que apestaba a nostalgia. O porque simplemente pensar en lo que fuimos nos produce nostalgia. No sé, tengo esa pregunta retumbando en mi cabeza desde la noche que me dejaste sola en la calle mientras caía una tormenta muy bonita para comernos a besos. Y nunca nos volvimos a ver, y nos odiamos, odiamos lo que pasó y odiamos la nostalgia. Tal vez sea eso.

Pero, ¿no fue bonito? Hasta que decidiste matarme, digo. Porque yo te quería, y tú... bueno, nunca supe lo que tú sentías (o intentabas sentir).

Quizás ella ya no te espere cuando quieras volver.


Acuérdate de cuando paseabas los dedos por sus lunares como si estuvieras tocando tu canción favorita al piano un día de lluvia.
Acuérdate de sus lágrimas cuando te fuiste dando un portazo y la dijiste que no la querías volver a ver. Y de cómo te arrepentiste.
Recuerda cada segundo que estuviste solo, pensando en ella, aprendiendo a echar de menos.
Acuérdate de cómo llegaste a su puerta empapado y ella te dijo que te odiaba pero que te quería. Que estaba hecha un lío, pero te dejó pasar y te colaste en su cama. Y te fuiste otra vez, partiéndola en dos.
Que decías morirte por dentro cada vez que no la veías, cuando no te despertabas a su lado. Pero nunca pensabas en cómo se sentiría ella.
Que la empujaste al puto abismo y te arrepentiste cuando te diste cuenta de que no la volverías a ver.
Y después de todo, piensas en volver y que te abra la puerta. Que finja que todos estos meses no ha pasado nada, que os habéis dado un tiempo y no podéis vivir el uno sin el otro. Pero fuiste un gilipollas, y ya no hay nadie detrás de esa puerta que cerraste tantas veces.