martes, 30 de abril de 2013

Ella.

Tenía como costumbre olvidarse de todas sus musas, pero ella.
Ella era diferente. Esa forma de sonreír cuando alguien la miraba durante mucho tiempo, y se sonrojaba. Esa melena que ondeaba al viento haciendo que todo el mundo se girase al oler su perfume. El brillo de sus ojos verdes característico de cuando estaba a punto de romper a llorar. O el de cuando estaba feliz.
Los remolinos de miradas lujuriosas que provocaba al andar por la concurrida calle sobre sus tacones. La forma de mirarse al espejo mientras se pintaba los labios de rojo pasión y cuando lanzaba besos al aire.
La forma de sus caderas y sus largas y bonitas piernas, únicas.
Su manía de firmar las cartas con su primera inicial y de cerrar el sobre dejando la marca de sus labios.
Lo de tener tirados por la habitación mil libros de poesía y un cenicero lleno de colillas en la mesa. La manía tan suya de levantarse muy pronto de la cama para preparar café para desayunar y desayunarse a besos al hombre que amaba.
No, ella no era como las demás. No era alguien fácil de olvidar.
Y eso le estaba matando.

Como siempre.

Como siempre, llegaba tarde a la estación.
Como siempre, le veía alejarse tras la ventana
con un libro abierto entre sus manos.
Pero ya no podía hacer nada,
había vuelto a llegar tarde.

Y como siempre
cogió el siguiente tren
el que la llevaba por otro camino.

Y no se vieron nunca de cerca, pero se enamoraron.

miércoles, 17 de abril de 2013

Abrió los ojos para darse cuenta de que estaba sola, otra vez. Ella se levantó de la cama y salió de la habitación para hacer lo mismo que hacía cada domingo; Café, papel, cuaderno y otra vez a la cama. Pero esta vez era diferente, la noche anterior había sido feliz, tras mucho tiempo sin serlo.