miércoles, 14 de enero de 2015

Vuelvo a enfrentarme a un folio en blanco que se empeña en desgarrarme, en destriparme, en sacar todo lo que tengo dentro. Sea bueno o malo, me guste o no, siempre vuelve a mí y hasta que no me rompo no deja de insistir. Y estoy sola una vez más (como tantas otras, como siempre). Escogiendo cada palabra y cada frase al milímetro para impedir que el muro caiga de nuevo.
Pero es inevitable. Siempre acaba cayendo. Una vez más, el muro de piedra se convierte en cristal. En un cristal tan frágil que se rompe con palabras.
Porque aunque parezca que no, hay palabras que cortan más que cualquier cuchilla. Lo habré dicho una y mil veces, sí. Las cicatrices que más tiempo duran están provocadas por palabras, no por cuchillas. Son las que se clavan tan hondo que te desangras. Las que provocan el insomnio, las dudas, el miedo (al qué dirán y a lo que tu propia mente dirá), la ansiedad y las ganas de llorar.
Y ahí sigue, un papel en blanco, impasible. Esperando a que te rompas sobre él, a que las lágrimas no sean lágrimas. Sino tinta; la pólvora que carga cada palabra.

"Yo podría prometerte el mundo, tú prométeme una madrugada."

Hay sonrisas que hacen que olvide el mundo por un segundo. La tuya. Hay hoyuelos en los que me gustaría hundirme para siempre. Los tuyos. Labios que sin decir nada, lo dicen todo. Miradas perdidas que se cruzan con la mía, y una tímida curva que aparece en tu comisura izquierda y se pierde cuando te escondes y mis ojos buscan tus ojos.
Hay días malos y días peores, pero siempre son buenos cuando estás cerca.