miércoles, 26 de junio de 2013

Amor.

Fue al bajar de aquel avión. Tú llevabas una camiseta ancha de tu grupo de rock favorito y el pelo recogido en un moño medio deshecho. Tenías ojos de haber estado horas llorando y apenas te quedaban unas marcas del maquillaje corrido en tus mejillas.
Con toda esa gente corriendo de un lado para otro yo estaba solo y tú también. Y entonces, nuestros ojos se encontraron y el tiempo se paró. Mi corazón se saltó dos latidos y de pronto dejaste de llorar para sonrojarte y sonreírme.
Fue entonces, amor, justo en ese momento, cuando supe que pasaría hasta la última milésima de segundo de mi vida luchando para estar contigo.

(...)

Ya no me atrevo a romper ventanas porque no estás.
Si lo pensamos, nunca has estado. Pero yo tampoco.
Y ahora la soledad duele tanto que ya ni lo siento. No quiero que vuelvas.
Quiero que me hagas volver. No sé si a sentir algo o a volver a ser.
Porque nunca he sido. (...)
¿Sabes lo que es que te duela tanto que te acabe gustando? Yo sí.
Por eso me acuerdo de ti y reabro heridas hurgando en los recuerdos. Pero ya ni eso me hace sentir.
Nunca entendí eso de estar muerto y vivo a la vez. Pero tú te empeñaste en enseñármelo y.

miércoles, 19 de junio de 2013

Ven.

Hoy me acordé de ti con tan poca ropa y todos nuestros sueños tirados por los suelos mientras mirabas cómo fingía ser feliz cuando estaba contigo.
Y qué bien me mentías.
Y qué bien te mentía yo.
Y qué asquerosamente felices éramos sin saber nada el uno del otro pero compartiendo cama y desabrochando las dudas con la mirada para contarnos las constelaciones de lunares y las cicatrices y los poemas y los besos que muchos otros habían dejado sobre nuestra piel.
Nunca me doliste del todo pero siempre te colabas en mis cicatrices. Y yo que no te dolía ni aunque quisiera destrozarte.
Pero es que esos ojitos marrones engatusaban a cualquiera y me arrastraban dentro de las sábanas una vez más.
Todavía tengo más de ti que de mí en el corazón y menos mal que siempre te he odiado. Y los recuerdos no me duelen pero me han dejado vacía.
Creo que lo que me falta de mí lo sigues teniendo tú. Ven.

Contradicciones.

Aún no sé si estoy más dispuesta a perderte o a perderme.
Nadie me cree cuando digo que ya te he olvidado y no tienen razón pero te sigo queriendo.
No lo entienden. No nos entienden.
Dime que también has olvidado mi nombre y todos nuestros recuerdos pero que me sigues sintiendo cuando no estoy y echándome de menos cuando más cerca me tienes.
Que las palabras y los poemas ya no nos los dedicamos ni nos decimos hola o adiós cuando nos vemos porque ni siquiera nos conocemos. Nunca hemos sido nosotros.
Pero el vacío siempre está ahí y no me acuerdo por qué, ni de por qué tú.
Tengo cicatrices que llevan un nombre emborronado y a veces pienso que no eres tú, pero se me pasa en cuanto me siento un poco sola y lo veo más claro.
Nos bebimos demasiadas botellas que hicieron demasiado efecto. Que ya ni la Luna se acuerda de que antes de ser nadie eras todo.

Miedo.

El aire gélido entraba por la ventana de su habitación penetrando en los huesos.
Una sensación de miedo y ansiedad crecía poco a poco en el interior de su pecho. Sentía un vacío y una presión que dolían.
La soledad se abría paso a zancadas en medio de toda esa oscuridad, sumiéndole más en ese pozo sin fondo al que tanto miedo tenía.
El corazón aceleraba sus latidos y con ellos la respiración se le entrecortaba cuando sentía que estaba más cerca de acabar con todo o de que todo acabase con ella, y las lágrimas salían atropelladas de su mirada perdida.
Una voz en su interior le susurraba "no lo hagas", pero siempre había una más fuerte gritándole una y otra vez que lo hiciera sin pensarlo dos veces. "Das asco".
Se puso de pie y el dolor le estremeció, recorriéndole de los pies a la cabeza. Subió las viejas escaleras que tan descuidadas estaban camino al tejado y con las vistas de un día nublado y triste decidió desaparecer para siempre antes de que el miedo acabara con ella.

domingo, 9 de junio de 2013

La lluvia chocaba contra la ventana de aquel tren, y los recuerdos caían. Venían y se iban, al igual que lo hacían lo rayos.
Su musa escribía en un cuaderno, o, mejor dicho, escupía los recuerdos de su historia al papel. '¡Basta ya, me duele hasta a mí!' parecía gritar aquel viejo cuaderno, y las lágrimas que caían de sus enormes ojos emborronaban los recuerdos tan dolorosos. Pero la mujer no era capaz de soltar el lápiz.
La nostalgia parecía tener ganas de ahogarla.
Y mientras tanto te engañabas a ti mismo repitiendo en tu cabeza que no te importaba con una botella medio vacía y el corazón vacío del todo.