
¿Para qué engañarnos? eramos tan distintos, que juntos hacíamos la combinación perfecta. Éramos como dos imanes potentes, que se juntaban por los polos opuestos, y si les dejabas, también por los polos semejantes. Había entre los dos una fuerza, unas cadenas que nos ataban y unas esposas que no nos dejaban separarnos nunca. Fuimos como el agua y el aceite, o como el azúcar y la sal, pero nos quisimos. Fuimos dos, fuimos uno sólo, y después volvimos a separarnos, cada uno se fue por su lado. Nuestra historia no tubo un final feliz, pero tampoco fue triste, porque lo vivido, no se compara con nada y si el destino lo permite, algún día volveremos a ser uno.
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