Y todos esperaban que volviese a tiempo como cada noche para bailar delante de aquel soldadito de plomo que tanto quería (lo que no sabían era que el soldadito nunca quiso bailar con ella, pero sí con cualquier otra que estuviera dispuesta a ir a su casa después).
Había dejado una larga carta en su tocador diciendo un montón de cosa que al final eran lo mismo.
Adiós.
Pero se puso a bailar en la azotea antes de asomarse a ningún sitio. Su último baile. Qué bien sonaba.
'El último paso antes de ser libre', pensó. Pero tropezó.
Y como había querido desde siempre, fue libre. Pudo volar por unos segundos y acabó con todo. Y murió por última vez, pero por lo menos iba a ser feliz.
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