viernes, 24 de agosto de 2012

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Él la invitó a bailar. Otra vez. Pero ahora, no quería precisamente bailar. Y ella, indefensa. Se dejó hacer cualquier cosa. Quería volar.
Con un simple roce de sus manos, se les ponía la carne de gallina. Y es que estaban locamente enamorados. Imagínate un beso. Les hacía volar. Tocar la Luna y volver a la Tierra en cuestión de segundos.

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