sábado, 25 de agosto de 2012

Esperanzas de una noche.

Era el clase de tío que se iba con la primera que se ofreciese a pasar la noche con él. Pero esta vez fue diferente. Se enamoró. 
La vio por primera vez en uno de los bares que frecuentaba cada noche en busca de cariño, fiesta y alcohol. La vio y no podía dejar de mirarla. No sabía lo que le pasaba, sentía como que ella era el centro del mundo. No era como las otras chicas, que le parecían bellas, le atraían físicamente pero. No le producían ninguna sensación. No le hacían sentir que era afortunado por poder observarlas. Tocarlas. No hacían que sintiera las mariposas que sentía ahora en el estómago. Entonces ella le miró y se sonrojó. Él se armó de valor. 
-Señorita, ¿quiere una copa?
-Bueno, si insiste. 
A partir de ese momento empezaron a hablar durante toda la noche. Pero se quedó en eso. Sólo palabras. Él se fue por su lado. Ella por es suyo. Cada uno a su casa, a pesar de que los dos querían dormir juntos. O, bueno. No nos engañemos. No querían precisamente dormir. 
Cada noche él volvió al mismo bar, a la misma hora. Y nada. Ella no volvió. Una lástima. Los dos se querían. Estaban enamorados el uno del otro.
Pero. Se dio cuenta de que ni siquiera sabía su nombre. Quizás no estaban destinados a estar juntos. Él tampoco sabía que ella sentía algo por él. Así que optó por olvidarse de lo que había pasado. Pero seguía acudiendo todos los días al mismo antro. Con un poco de esperanza de que sus caderas, clavículas marcadas y labios rojos subidos a esos tacones, entrasen por la puerta dispuestos a quedarse en su vida para siempre. Dispuesta a quitarle el amargo sabor de su vida. 

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