lunes, 17 de septiembre de 2012

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Con los ojos acuosos y las ojeras marcadas, se dirigía al precipicio dispuesta a acabar con todo. A caer. A hundirse para siempre. Ya no tenía que seguir adelante, o al menos eso creía ella. Desde que aquel hombre la enamoró y se fue... No le encontraba sentido alguno a su monótona vida.
Se acercaba al precipicio a la par que las horas, minutos y segundos pasaban rápido. Aunque para ella era una espera eterna. A cada paso que daba estaba más convencida de que estaba dispuesta a dejar todo atrás. La familia, amigos, todas y cada una de las cosas que le importaban.
Y el precipicio estaba ya más cerca. Estaba a un paso de acabar con todo, y lo hizo.
Despertó, y lo primero que se le pasó por la cabeza fue que no había servido de nada, que seguía con vida. Se levantó, y vio su cuerpo tendido en el suelo cubierto de sangre. Un montón de gente alrededor. Entre ellos su familia, destrozada por el dolor, con los ojos llenos de lágrimas.
Se dijo a sí misma que era estúpida. Que en realidad sí le importaba a alguien. Que tenía que haber pensado en las consecuencias y en que su vida seguía teniendo sentido aunque un tío que conocía de una noche no quería saber nada de ella. -Tonta.-susurró. El amor le había cegado. Pero ahora nadie podía oírla, no podía pedir perdón. Ya era tarde. ¿De qué serviría?

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