domingo, 2 de septiembre de 2012

El diablo se escondía bajo aquella cara inocente; tras la barra del bar.

Estaba sentada en la barra del bar, con una copa entre sus manos. Observando las botellas. Algo la llamó la atención, una botella vieja, de algo que jamás había visto.
-Póngame una copa de eso. 
El hombre de detrás de la barra la hizo caso y se le puso una media sonrisa. Se acercó al estante y cogió esa botella. Una vieja etiqueta llena de polvo decía algo que no se leía bien. El hombre apartó el polvo y leyó en voz alta: -Elixir de la felicidad. Bebe una copa y olvida todo lo que quieras olvidar. 
Sirvió la copa a la mujer, pero no le advirtió de lo que era. Ella bebió una copa tras otra, pero seguía sin sentirse satisfecha. No la emborrachaba, ni la producía sensación alguna. Hasta que la botella se acabó. Una sonrisa en la boca de la mujer apareció de repente. La primera sonrisa en meses.
Desde entonces, la mujer visitaba el bar cada noche. Pero ya no la hacía el mismo efecto. Cada vez se sentía más vacía. Perdida. No se acordaba por qué iba allí cada noche. No sabía quién era con certeza. Ni qué la pasaba. No sentía absolutamente nada. Ni rabia, ni asco, ni felicidad, tristeza o enfado. Nada.
Se cansó de todo aquello y... Decidió acabar con ese martirio. Volvió al bar, y una pistola la esperaba justo en el lado de la barra donde ella se sentaba cada noche. No había nadie, ni siquiera aquel hombre extraño tras la barra. Cogió la pistola; dos balas. Una para ella y la otra. Para la botella. Pero no lo pensó. ¡PUM! Se escuchó un tiro. Se había disparado directa al corazón.

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