domingo, 2 de septiembre de 2012

Entró a la habitación, y, así estaba. La habitación con todo tirado y los cajones revueltos. Y encima de la cama, un papel arrugado.
Le entró miedo. Pánico. Pero aun así, se acercó, se sentó en la cama y comenzó a leer las líneas manuscritas con letras delicadas y una caligrafía preciosa.
El miedo crecía a la par que leía cada línea. No se lo creía. No creyó nada hasta que no llegó al final, en el que, con letra cursiva por los nervios (o eso creía) y algo emborronada por alguna lágrima, estaba escrita la palabra que más temía: Adiós. Y tras ella una silueta de unos labios rojos. Una marca de un beso.
Lo único que le quedaba de ella. Se había ido, para siempre.

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